martes, 23 de septiembre de 2008

para ser más exactos, digamos varios ligues. En alguna ocasión los simultaneaba. Pero declara no haber jugado nunca con los sentimientos de una mujer. Algunas de aquellas chicas con las que alternó amigablemente, eran de posición social alta... Ninguna llegó a ser su compañera definitiva.

—Me casé con Manoli, —nos dice— una mujer muy sencilla, clara como el agua clara, honesta y trabajadora, que me ha dado cuatro hijos: Reyes, Leopoldo, Mari Carmen y María Jesús.

Y con Manoli camina por la vida, ejercitando el difícil arte del amor y la mutua comprensión.

—Desde el punto de vista económico, ¿te rodaron bien las cosas?.

— Vereis. Cuando decidí casarme, el sueldo que ganaba como ordenanza en la Cámara de la Propiedad, era más bien corto. Entonces, pedí una excedencia y me fui con mi mujer a Barcelona.

Comencé trabajando en los albañiles. Posteriormente me coloqué en un restaurante de catalanes. Trabajaba en la sección de charcutería y pastelería. Como la necesidad obliga, en poco más de tres meses me desenvolvía perfectamente en catalán, lo que me dio la oportunidad de incrementar mi sueldo trabajando como camarero. Afortunadamente, nuestra permanencia laboral en Barcelona no llegó al año. A los pocos meses, me llamaron de la Cámara para ocupar la plaza de conserje. Las condiciones económicas eran favorables y no lo dudamos un momento; levantamos la tienda y, llenos de alegría, volvimos a nuestra tierra.

Su sentido religioso y espiritual.

- ¿Y cuándo empezaste a sentir preocupación por las cosas espirituales?

— En Barcelona, como en ningún otro sitio, sentí el dolor de estar solo y, sobre todo, la sensación de un enorme vacío espiritual. Siempre he creído en algo superior. Esa lucha constante por el dinero, dejaba mi espíritu insatisfecho.

En mí no era nuevo ese sentimiento. Desde niño he sentido en mi interior, aunque de forma no muy clara, la necesidad y la llamada del espíritu. En el fondo, nunca me gustó el ruido, la diversión alocada... Mi alma sentía otras cosas que no lograba definir. Con todo, guardaba dentro de mí una esperanza, intuía que algo me tenía que llegar de arriba. Recuerdo que en mis tiempos jóvenes gustaba de ir solo a la iglesia. La que más frecuentaba era la de San Buenaventura y también la de los jesuitas. Por aquel entonces yo hacia por la mañana trabajos de calle para la Cámara. Y cuando tenía algún ratito libre visitaba el sagrario. Acostumbraba a entrar en la iglesia no sólo porque era de mi agrado, sino también porque sentía dentro de mí una especie de llamada... Al concluir mis rezos, tenía siempre la costumbre de besar los pies de un Cristo crucificado que estaba en el lateral izquierdo del atrio.

Una noche tuve un sueño; o mejor dicho, hice un viaje astral. Me vi en la iglesia de San Buenaventura avanzando lentamente por el pasillo del centro hacia el altar mayor. No había absolutamente nadie. Y yo decía para mis adentros: qué pena ver tan solo el sagrario. En ese preciso momento apareció la figura de Jesucristo de pie, sobre el altar, vestido de blanco y con los brazos extendidos. Mis ojos no pudieron soportar el resplandor de aquella visión; el miedo se apoderó de mí y di media vuelta con la intención de salir del templo. Abrí los ojos y cuando me disponía a caminar vi que los bancos y las paredes laterales de la iglesia se habían convertido en un grandioso graderío sin un alma. Al mismo tiempo sonaba solemne el órgano, que alguien estaba tocando. De pronto la voz de Cristo se oyó clara y diáfana: "Aunque no me veáis, estoy aquí". Cuando mi conciencia recuperó su estado normal, comprendí lo que se me había querido decir: el Señor no se daba a conocer más en la Iglesia, porque las gentes dejarían de ir a verlo, atraídas por el señuelo de la comodidad o simplemente por rutina.

En honor a la verdad, debo decir que no solía ir a misa los domingos. El barullo de las gentes me descentraba. Yo no sentía reconcomía, porque acostumbraba a oír misa cualquier día de la semana. Comprendereis que en aquellos años mi formación religiosa era nula. Recuerdo también que no tenía especial devoción a la Virgen. Sin embargo me molestaba profundamente cualquier tipo de palabrota desagradable u ofensiva hacía Ella. Y en mi interior pedía perdón por los que la ofendían de esa manera.

LA ESCRITURA AUTOMÁTICA DE LEOPOLDO.

- Leopoldo, tú sabes perfectamente que eres conocido por tus dotes medíúmnícas de escritura automática. ¿Podrías contarnos cómo llegaste a canalizar las energías espirituales del más allá?

- No fue fácil ni rápido. Necesité de un largo tiempo de aprendizaje para convertirme en un médium capaz de canalizar el pensamiento de los Ángeles; y sobre todo para saber que eran Ángeles los que comunicaban. Pero vayamos por partes.

Al cumplir los treinta y tres años, llegó un momento en que sentí la necesidad de saber qué es la Verdad y para qué estamos aquí. Por la fe, que siempre he tenido, yo sabía que hay un Dios que es PADRE y quería a toda costa conocerlo. Y me empeñé en una oración humilde, constante y con fuerza. Al mismo tiempo, procuraba hacer obras de caridad con los necesitados lo mejor que sabía y podía, que era más bien poco. Visitaba con frecuencia los asilos y hospitales que la Iglesia tenía por entonces en Sevilla. Sin embargo, esa actividad no llenaba el vacío de mi corazón. Sentía que mi vocación no pasaba ni por los hospitales ni por las instituciones de caridad. Era otra mi misión. Sí, pero ¿cuál? La noche de un treinta y uno de agosto de un año de la década de los setenta —no recuerdo bien— estaba escuchando por la radio el partido de fútbol entre el Betis y el Peñarol de Montevideo correspondiente al Trofeo Carranza. Yo estaba en el patio de la casa que la Cámara de la Propiedad tiene habilitada para el conserje. Y mientras escuchaba la retransmisión del partido, contemplaba absorto el cielo y las estrellas... De pronto, vi pasar dos objetos luminosos con forma de suela de zapatos que se pararon justamente en la vertical de mi cabeza. Al momento, uno de esos objetos luminosos descendió lentamente hacia mí aproximándose a la altura de la azotea. Seguidamente hizo lo mismo el otro objeto. Se quedaron parados unos segundos y a continuación de forma alternativa volvieron a recuperar la altura de origen y reemprendieron la marcha. Subí corriendo a la azotea y desde allí pude ver cómo aquellos dos objetos resplandecientes se perdían por detrás de la Giralda. Aún recuerdo que se desplazaban no en línea recta, sino como si fuesen plumas que el aire mecía suavemente. Y para que no tuviera ninguna duda sobre la realidad de aquellos objetos, para que no hubiera lugar a interpretarlos como alucinaciones o imaginaciones mías, la prensa local del día siguiente dio la curiosa noticia de que el torero Curro Romero había desistido de coger el avión para Madrid al avistar desde el aeropuerto dos objetos volantes no identificados en el cielo de Sevilla.

Esta experiencia me impactó seriamente y desde el primer momento comprendí que se me quería decir algo desde fuera del planeta Tierra. Hoy sé que eran "ellos", que iniciaban el contacto conmigo para descubrirme poco a poco la misión que se me iba a encomendar.

Desde entonces, mi inquietud por la verdad se hizo aún mayor y no pasó día sin pedir que me la mostraran con claridad. No me resignaba a reducir la existencia del hombre a trabajar, hacer el amor, tener hijos y a olvidar el resto con cuatro diversiones pasajeras... ¡Tenía que haber algo más!..

— Cuando dices que eran "ellos", ¿a quién te refieres? ¿A extraterrestres, a seres de luz? ¿Quienes son "ellos"?

- Esta bobina tiene mucho hilo que cortar. Por aquella época cayó en mis manos un libro de Siragusa. Creo que se titulaba "Mensajero de los extraterrestres". lo leí de un tirón. Y me entusiasmó la experiencia de la escritura automática. Hasta el punto que decidí alcanzar esta fantástica cualidad al precio que fuera. Sin perder tiempo, me dispuse a practicar la escritura automática por mi cuenta, sin tener a nadie que me aconsejara y corrigiera mis equivocaciones. Estuve practicando con un tesón y una constancia de la que yo mismo me admiro. Soy consciente de que no era la curiosidad la que me empujaba a practicar. Sabía que aspiraba a algo muy serio e importante. Por eso iniciaba siempre el ejercicio poniendo sobre la mesa una Biblia y un Crucifijo. Después de recogerme un momento, preguntaba: "Hermanos, ¿podéis comunicarme?, ¿podéis decirme algo?". Seguidamente dejaba la mano floja y la mente en blanco. Así durante horas, días, meses e incluso años. Hasta que llegó el momento en que la mano empezó a moverse sola y a hacer rayas, círculos, alguna vocal... Tuve la sensación de que me estaban enseñando a escribir. Tal como suena. Así, con estos ejercicios de primaria estuve emborronando montones y montones de folios... Un día, por fin comprobé que había escrito algunas palabras: Dios, Amor, Guerreros, (ésta, muchas veces) Luz, Lemura, Planeta, Habitáculo, Moradas... A salto de mata aparecía alguna frase como "Dios es Amor". Frases muy cortas. A decir verdad, yo no entendía el significado de aquellas palabras. Sobre todo me sorprendió LEMURA. Llegué a creer que se trataba del espíritu de algún japonés. Otra palabra muy repetida era MORLEN, Seres, Somos...

Una noche, serían las cuatro y media de la madrugada, estando haciendo ejercicios de escritura automática y siendo testigo mi mujer, empezaron a comunicarme con una frase bastante completa que me llenó de alegría. De repente, algo le llamó la atención a Mano1i en la puerta de cristales que teníamos enfrente. Y me dijo: "¿Tú estás viendo lo mismo que yo en esa puerta?". Miré y, efectivamente, al otro lado de la puerta, mirándonos a través de los cristales, había un rostro de facciones muy desagradables, con ojos brillantes y saltones que no se apartaban de nosotros, barba pequeña de chivo y nariz extraña... Grité:"¡Lo estoy viendo!", di un salto, tiré el bolígrafo y volando -aquello no era correr— nos metimos en el dormitorio. Más tarde, ya sosegados, mi mujer y yo interpretamos aquella extraña visión de la misma manera: un ser diabólico había aparecido ante nosotros. En aquellas circunstancias no resultó fácil conciliar el sueño.

Poco a poco nos fuimos calmando y de repente comprendí que lo sucedido había sido una prueba que debía superar. Y así fue. Al día siguiente, cogí un crucifijo y me dirigí hacia el lugar de aquella diabólica visión. Mirando a la puerta de cristales reté mentalmente al ser cuya presencia había inquietado a mi espíritu: "a pesar de todo, seguiré haciendo escritura automática". Y es que no estaba dispuesto a tirar por la borda lo que con tanto esfuerzo y paciencia empezaba ya a conseguir; no me resignaba a dejar escapar la gran oportunidad de mi vida.

Aquella misma noche recibía el primer mensaje: María Virgen, Virgen, Virgen. María, María, María... Así un folio entero. Confieso que me quedé muy sorprendido. Yo creía que me estaba comunicando con seres extraterrestres, con ovnis. Mis expectativas y mi curiosidad apuntaban hacia temas de ufología, de tecnología propia del más allá. A partir de entonces reajusté mi búsqueda, porque me estaban indicando caminos nuevos, porque me estaban introduciendo por los senderos del espíritu, más allá de las legítimas curiosidades de mi naturaleza inferior. Y ¿quiénes eran los que, con el mayor de los respetos, me estaban llevando por los nuevos derroteros del espíritu? Esa fue mi acuciante pregunta; la misma que tú me acabas de formular.

La personalidad de sus comunicantes.

- ¿Cómo llegaste a tener conocimiento de la personalidad de tus misteriosos interlocutores? ¿Sucedió algo importante en tu vida que tuviera fuerza suficiente para disipar cualquier tipo de dudas al respecto?

- Sí. Para mi fue muy importante. Yo tenia un grupo de amigos, altamente interesados por los temas ufológicos. A ellos confiaba mis experiencias y les contaba los resultados que iba alcanzando. Cuando supieron que seres del más allá se estaban comunicando conmigo a través de la escritura automática, me pidieron con insistencia ir de noche al campo con la abierta esperanza de tener un contacto con ovnis. Me pareció oportuna la idea y accedí. También yo tenía enormes ganas de contactar con seres extraterrestres para conocer, de una vez por todas, la identidad de mis comunicantes. Por expresa voluntad de mis amigos y acompañantes nos dirigimos en un coche a Arcos de la Frontera, —un hermoso pueblo de la provincia de Cádiz—. Recuerdo que era ya casi de noche cuando vi en las montañas que recortaban el horizonte, un foco de luz que se encendía y apagaba intermitentemente. Sin dudarlo un momento seguimos la dirección de la luz. Era el camino que nos llevaría a Arcos de la Frontera. Curiosamente, antes de llegar al pueblo, nos encontramos con dos jóvenes que estaban parados en la cuneta. Eran altos, rubios, con mochila y bicicleta. A todos extrañó la presencia de aquellos dos jóvenes. Detuvimos el coche y salí para preguntarles si necesitaban ayuda. Entonces uno de los dos miró a su compañero, el gesto bastó para ponerse de acuerdo, y seguidamente se dirigió a mí para decirme: "No, sigue tu camino". Volví al coche y comenté con mis amigos: "Me parece que son extranjeros". Manolo, que sabe alemán y le picaba la curiosidad, decidió hablar con ellos. Tras breves momentos regresó y nos dijo con seguridad:"Si, son alemanes; hablan perfectamente el alemán." Pero a mí me habían respondido en un castellano también perfecto. Rápidamente pensé: son "ellos". Y al mismo tiempo apareció de nuevo la luz en la montaña encendiéndose y apagándose con intermitencias hasta que se quedó fija. Como una nueva estrella de Oriente nos guiaba en el camino. Por fin, llegamos a Arcos de la Frontera. En esos momentos, yo conducía el coche. De pronto me encontré en una encrucijada y heme aquí sin saber qué dirección tomar. Mis manos estaban firmes sobre el volante, pero en ese preciso momento sentí que ya no era yo el que conducía. De forma automática, tomé la dirección de Medina Sidonia. La luz que nos guiaba, hacía tiempo que había desaparecido.

Habíamos recorrido poco más de doce kilómetros cuando frené de repente sin saber por qué. Di marcha atrás unos ochenta metros y me encontré en la carretera un letrero que decía: "Coto de caza. Prohibido el paso". Sin ser dueño de mí mismo, me metí en el camino prohibido mientras oía, más que escuchaba, las lógicas protestas de mis compañeros. A seiscientos o setecientos metros me encontré de nuevo un cruce con cuatro caminos. (A partir de entonces llamamos a ese lugar "la Cruceta". Inexplicablemente me paré en medio del cruce, invité a bajar a mis amigos y por fin aparqué el coche como pude. A continuación pedí a mis tres acompañantes hacer un poco de meditación. Por entonces no sabia en qué consistía esta práctica. Entendía que su objetivo estribaba en alcanzar un determinado estado de relajación controlando la mente. Mi intención era concentrarme al máximo para poder llamar con la mente a nuestros guías de luz. Al cabo de media hora, nos pusimos a mirar el horizonte y el cielo. Frente a nosotros había, a unos setecientos metros de distancia, tres montañas más bien bajas, que desde el "observatorio" improvisado dominábamos a la perfección. A nuestro alrededor no había más que campos de girasoles. De repente, vi sobre aquellas colinas una luz o foco que se movía como si se deslizara por una carretera, rodeando las montañas. Desaparecía por detrás y segundos después volvía a aparecer por el otro extremo. La luz estuvo apareciendo y desapareciendo durante diez minutos aproximadamente. No pudiendo contener por más tiempo mi alegría, grité a mis compañeros: "Ya están ahí, son ellos." José Luis respondió: "Imposible; eso que has visto son luces de coches que circulan por un camino en la montaña". Cada vez más seguro de mis sentimientos, añadí: "Espera un poco y te demostrarán que son "ellos". Inmediatamente apareció de nuevo el foco de luz en medio de la montaña. Era enorme; como una bola luminosa de casi un metro de diámetro, brillante, pero sin destellos. Circunstancia que aproveché para pedir mentalmente: "Si sois vosotros, hacedme repetidas veces destellos de luz". La respuesta no se hizo esperar y me hicieron de inmediato la señal que había pedido. Sobrecogido y con el mayor de los respetos, me hinqué de rodillas en medio de los girasoles y tuve el atrevimiento de preguntarles: "¿Sois Mensajeros de Dios?, ¿venís de parte de Dios?". Como respuesta comenzaron a dar fogonazos de luz impresionantes... Una, dos, tres...muchas veces. Animado por la respuesta y sintiendo en mi corazón mayor confianza, volví a preguntar: "Lo que se cuenta de Siragusa ¿es verdad?". Nuevos y repetidos fogonazos. Cada vez más entusiasmado: "¿Habrá en nuestra época cataclismos y desgracias?". Nuevas ráfagas. Hice dos preguntas más de tipo personal, a las que me contestaron dejando la luz quieta y sin destellos. Después me levanté sintiendo en mi corazón una paz inenarrable y me dirigí a los compañeros que habían advertido mi conversación con los Seres de Luz. "Hemos oído voces; tú hacías preguntas y ellos contestaban". Yo no salía de mi asombro, porque mis preguntas habían sido dirigidas mentalmente y las respuestas llegaron a mis oídos con palabras que resonaban de forma metálica. Aún estaba pensando en todo lo ocurrido cuando de repente, la luz blanca que había permanecido quieta, se elevó un poco y de su centro salieron dos luces rojas que se separaron y volvieron a unirse. Operación que se repitió varias veces para concluir en una espléndida danza, incapaz de emular la pirotecnia humana.

Mientras esto sucedía, recuerdo que pasó un motorista por en medio de nosotros sin que advirtiera nuestra presencia. Aquello no tenía lógica alguna... como tantas cosas que nos estaban ocurriendo y de las que afortunadamente éramos testigos. Poco a poco la danza fue ralentizando el ritmo hasta que el foco grande y blanco achicó sus dimensiones y desapareció entre las montañas.

La impresión de mis amigos fue tremenda. Sentimos una imperiosa necesidad de regresar. Nos metimos en el coche y no fuimos capaces de pronunciar palabra alguna hasta llegar a Sevilla.

Al día siguiente, domingo, volví solo al mismo sitio para asegurarme de la autenticidad de lo visto la noche anterior. Y pude comprobar que en aquellas montañas sobre las que apareció suspendido el foco de luz, no había ni caminos ni carreteras, ni casas que pudieran haber tenido luces encendidas. -Me reafirmé en la verdad de lo acontecido y, con toda mi alma, di gracias a Dios.

De vuelta a Sevilla, con una alegría rebosante, me encontré a un anciano caminando por el arcén de la estrecha carretera. Iba vestido de negro, a la usanza de los viejos campesinos domingueros. Detuve el coche para preguntarle hacia dónde se dirigía, cuando el anciano, con una rapidez impropia de su edad, abrió la puerta sin previo aviso y se metió dentro. Sorprendido y mirándolo fijamente le dije: "¿A dónde va vd. buen hombre?". Y me contestó: "A donde tú me lleves". "Pues yo voy a Sevilla", repliqué. "Vale", respondió el anciano, sin el menor titubeo. Reemprendí la marcha conduciendo un buen rato en silencio. Pero yo me comía de ganas por iniciar una conversación con tan extraño viajero. Sin más dilación, le pregunté: "¿Usted cree en los extraterrestres? "Pues claro —me dijo— ¿por qué no voy a creer en ellos?". Sentí en esos momentos que sus palabras penetraban dentro de mí dando solidez a mis creencias y creándome un estado de paz que me hizo sentir muy a gusto en compañía de aquel anciano.

Ya nos acercábamos a Sevilla, cuando antes de despedirnos me dijo: "No leas tanto". Entendí perfectamente que se estaba refiriendo a mis lecturas apasionadas sobre temas de extraterrestres, ovnis, etc. Acusé el golpe y, la verdad, a partir de entonces tuve muy en cuenta su consejo.

A pocos metros de la gasolinera de Dos Hermanas, el misterioso acompañante volvió a romper el silencio para pedirme por favor que le bajara allí mismo, donde lo recogerían. Cada vez entendía menos. "Pero, ¿a dónde va usted?" le pregunté. Y el anciano, siempre calmo y sereno, me respondió: "A Bollullos de la Mitación", un pueblo del aljarafe sevillano. Entonces empecé a comprender. El anciano sabía, no sé de qué manera, que yo no me dirigía directamente a Sevilla. En efecto; iba a la Isla Menor y poco después de Dos Hermanas tenía que abandonar la autopista para coger la carretera que conduce a la Isla.

Lo ocurrido en la Cruceta de Arcos de la Frontera y el misterioso encuentro con el Anciano acabó de convencerme de que los comunicados que estaba recibiendo por la vía de la escritura automática venían de Dios, o, si se prefiere, de sus Mensajeras, los Ángeles.

Sin embargo, seguía pidiendo pruebas para que mis dudas nunca arruinaran lo mucho que estaba recibiendo. Y Dios me las otorgó. Una de ellas me vino a través de la hermosa experiencia que tuvo mi hija Reyes. Pero será mejor que te lo cuente ella misma ...

Fuimos a casa de Leopoldo, que vive en un modesto barrio de Sevilla, y hablamos con Reyes, quien poco después me entregaba el siguiente escrito:

"Me llamo Reyes Cortés Molina y soy una hermana de la Luz. Mi nombre en clave es "Parte de los iluminados" y voy a contar la experiencia que tuve hace catorce años, pero que recuerdo como si acabara de suceder. Fue una experiencia maravillosa y decisiva para mi padre, que había pedido pruebas para no dudar de lo que le estaba ocurriendo.

Yo tenía siete u ocho años cuando a mi padre le estaban ocurriendo cosas muy extrañas, como la escritura automática, "transmitida mentalmente o dirigiéndole la mano". Podéis comprender cómo se sentía mi padre. El tenía que estar totalmente seguro de que era verdad todo lo que le estaban diciendo, para que cuando las gentes leyeran los mensajes, no les causara daño. Porque podrían decir:- "¡vaya con los Ángeles, las cosas que dicen!".

Pues bien; la prueba que mi padre tanto pedía, me la dieron a mí. Yo no comprendí nada y pasé bastante miedo. Ahora que tengo veintiún años, puedo decir que la experiencia fue para nunca más olvidar.

Ocurrió una noche como otra cualquiera. Habíamos acabado de cenar y nos fuimos a dormir. En aquella época, dormíamos todos en la misma habitación. Mis padres en la cama de matrimonio; mi hermana Mari Carmen, al lado de ellos, en una cunita; mi hermano Leopoldo y yo, en una litera. Frente a la cama de matrimonio, había un ropero y precisamente en aquel lugar aparecieron "ellos" aquella noche. Tenían forma humana... de luz. Una luz blanca y azulada, espléndida; pero repito, con forma humana, igual que nosotros. Distinguía claramente la cabeza, los brazos, las piernas... En cambio, no les vi los ojos, ni la nariz ni la boca. Solo la forma humana en luz y el aura, que rodeaba todo el cuerpo. Yo no sé cómo me desperté o mejor dicho, cómo me despertaron. Puedo asegurar que estaban allí, reflejados en el ropero; de la misma manera que uno se mira en el espejo. Comencé a llorar y a llamar a mis padres. Mi madre preguntó qué me pasaba, sin moverse de la cama, sin abrir siquiera los ojos.

- ¿Pero no los veis? Abre los ojos, mamá; que están ahí. Míralos, míralos, le dije. Y seguí llorando porque ni mi padre ni mi madre me hacían caso.

No sé el tiempo que estuvieron reflejados en la luna del ropero aquellos seres de luz. Creo que bastante tiempo. Después comenzaron a bajar por las escaleras de la habitación. Lo pude ver, porque las escaleras también se reflejaban en la luna del ropero. Y al instante volvieron a subir. Bajaron y subieron varias veces. Una vez, trajeron una cajita y sacaron de ella algo así como un lápiz grande, con el que estuvieron señalando a mi padre. Yo, muy asustada, no dejaba de gritar. Mis padres, que dormían boca abajo, no me hicieron ni caso. Tan solo me dijeron que encendiese la luz. El interruptor estaba a mi lado. Sin embargo, el miedo me tenía paralizada, o aquellos seres no me dejaban encenderla. También recuerdo que no llegaron a despertarse ni mi Hermanita pequeña ni mi hermano, que dormía en la cama superior de la litera.

Finalmente, no sé cómo, me quedé dormida y tan solo recuerdo que mi madre me sacó de la cama y me acostó con papá, mientras ella se iba a la planta baja.

Al día siguiente, me preguntaron qué había pasado y si había visto algo. Se lo conté todo minuciosamente y mi padre comprendió que aquello venía de los Ángeles de Dios y de la Virgen María; comprendió que la prueba que tan insistentemente había pedido, se la acababan de dar. Yo también interpreto todo lo sucedido como un regalo para mí que nunca olvidaré. Lo que no acabo de entender es por qué no vieron a estos seres de luz ni mi hermano, ni madre, ni siquiera mi padre, que fue, al fin y al cabo, quien había pedido la prueba con tanta insistencia."

La Gran Visión.

-Leopoldo, la pregunta me ha quedado suficientemente aclarada. Tus intereses son hoy muy distintos a los de antes. No es la ufología el centro de tus preocupaciones; no son extraterrestres los seres que se comunican contigo, sino auténticos Ángeles de Dios. Con todo, entiendo que los Ángeles no se comunican con los hombres para satisfacer curiosidades, todo lo legítimas que se quiera, pero, a fin de cuentas, simples curiosidades. Ineludiblemente se abre un nuevo capitulo en la historia de tu vida. Suponemos que los Ángeles se han acercado a ti para confiarte una misión. Pero ¿cuál? ¿Tienes conciencia de ello?

- Por supuesto que sí. A partir de la experiencia de la Cruceta en Arcos de la Frontera, conociendo la identidad de mis comunicantes y con la conciencia cierta de que sus comunicados eran para bien de los hombres, empecé a canalizar mensajes a través de la escritura automática para las personas que me lo pedían y mostraban especial interés. El grupo de amigos, exclusivamente sensibilizados para los temas de extraterrestres, sintieron también el deseo de tener una comunicación espiritual de los Seres de luz. Y llegaron comunicados precisos y preciosos que alimentaron el espíritu de mis compañeros y satisficieron en más de una ocasión sus legítimos deseos de conocer cosas del más allá...

Cierto día, "ellos", Mensajeros de Dios, Ángeles cuya identidad personal aún desconocía, citaron al grupo en los lagos del Pintado, a dieciocho kilómetros de Cazalla de la Sierra. A partir de aquella primera cita, nuestras marchas a la sierra fueron muy frecuentes. Nos agradó muchísimo meditar en el silencio de la noche, teniendo como testigos únicamente las estrellas del cielo y los zorros del campo. A continuación rezamos el santo rosario. Ya de vuelta, camino del Pedroso, aún en plena Sierra Morena, sentí, sin saber por qué, la necesidad de parar. Con gesto nervioso se lo hice saber al conductor. Salimos del coche y nos sentamos al borde de la cuneta. Encendimos un cigarrillo. El reloj señalaba poco más de las dos de la madrugada. Mientras fumaba, me quedé mirando la cadena de montañas que tenía justo frente a mí. De pronto, vi cómo se iba formando una pantalla enorme entre dos montañas, como de cinemascope. Inmediatamente aparecieron proyectadas sobre la pantalla, las torres del Kremlin. ¿Significaban aquellas torres el cambio que pronto experimentaría Rusia? ¿Acaso anunciaban el resurgir de una espiritualidad, largo tiempo obstaculizada por los poderes de la tierra?... Mientras hacia estas consideraciones, la pantalla desapareció y entró en escena un Anciano. El paisaje: un desierto de arenas interminable. Llevaba en la mano derecha una vara gruesa, oscura y alta. El Anciano tenía la cara de un joven con ojos maravillosos y grandes. Sus cabellos eran completamente blancos y con entradas. Tan largos, que le caían hasta la cintura. La barba, también blanca e igualmente larga. Vestía túnica color ocre y se ceñía con un cinturón de esparto trenzado, que colgaba por el costado derecho. Lo que más me sorprendió, hasta estremecerme, fue su mirada fija en mi persona. Mientras el Anciano me miraba, empecé a ver y sentir una onda vibratoria, que brotaba de su cuerpo. La onda vibratoria era pequeña-al principio y se iba agrandando mientras se aproximaba a mí. La veía y al mismo tiempo sentía su vibración. Algo o alguien debió hacerme comprender que estaba entrando en la Onda del Padre. Y mi espíritu se alegró.

Desapareció la visión del Anciano y, a continuación, vi. entre las dos montañas una figura humana de perfil. Cubría su cabeza a la usanza árabe; vestía túnica blanca ceñida suavemente por un cinturón color oro que caía hacia la derecha. Se volvió de espalda, mostrando un cuerpo atlético, perfecto. Anduvo unos cuantos pasos y la túnica ondulante marcó aun más la perfección corporal de su anatomía. De nuevo entró en escena el Anciano, que se situó delante del personaje de la túnica blanca. Este se arrodilló reverencialmente ante El con las dos rodillas. Tras breves momentos, levantó la cabeza y miró al Anciano, que le devolvió la mirada con ojos de benevolencia. Y desapareció por segunda vez. El Hombre atlético se incorporó, dirigiéndose con paso firme hacia un zoco árabe donde había puestos de frutas, verduras, frutos secos, telas, alfombras ... Seguidamente fueron apareciendo por distintas calles grupos de hombres con túnicas a raya color marrón y pelo largo y rizado. Todos se fueron situando detrás del Hombre de la túnica blanca. Y lo siguieron...

Nos cuenta Leopoldo que durante esta larga visión no recibió ninguna comunicación; no le dijeron absolutamente nada. Sin embargo, quedó tan impresionado, que anduvo sonámbulo un año entero. Tenía la sensación de no estar en la tierra. No le gustaba nada de lo que suelen hacer y gustar los hombres. No le atraía ninguno de los señuelos que la imaginación y la técnica ponen a disposición del hombre. Solo tenía ganas de zambullirse en la naturaleza; recrearse en las flores, abrazar los árboles, sentir el pálpito de la vida animal, contemplar extático la herencia cromática de un sol moribundo. Y así un día y otro; una semana, un mes, todo el año. Confiesa que su espíritu no estuvo en la tierra. Durante ese tiempo fue adoctrinado y preparado en los distintos planos del astral. El hombre Leopoldo había muerto a la vida terrenal y, tras un tiempo vivido en estado de crisálida, emergía un nuevo hombre, más espiritual, para realizar la misión que se le había encomendado. "Hice un juramento en el más allá, -nos dice- dando mi conformidad a la misión ofrecida".

—Repetidas veces he pasado por el mismo sitio —sigue diciendo Leopoldo- camino del Pedroso, y jamás he logrado identificar la curva donde tuve la visión que ha cambiado mi vida. Como recuerdo imborrable. Dios ha permitido que aparezca en el dorso de mi mano derecha la señal de un pez, que en ocasiones produce escamas.

Comienza la misión de Leopoldo

- Cuando concluyó ese tiempo de barbecho, ¿a qué te dedicaste?

-Después de un año, absolutamente anómalo desde el punto de vista humano, amigos y gente conocida empezaron a pedirme mensajes particulares para ellos. Y fueron concedidos por los que ya sabía eran Mensajeros de Dios. De vez en cuando, me daban un mensaje de tipo general indicándonos con toda claridad que formáramos un grupo. El contenido de aquellos comunicados era muy denso. Mis amigos, aficionados a la ufología, no tuvieron más remedio que reconocer su origen extraterrestre. Nadie del planeta Tierra podía sacar de su propia cosecha semejantes ideas. Entusiasmados, decidimos reunimos semanalmente para comentar los mensajes que iban llegando. Ya no había la menor duda. Nuestros seres de luz no estaban dispuestos a alimentar curiosidades ufológicas. Ellos lo que querían era remover, despertar nuestras conciencias dormidas y conducirnos por el camino de la espiritualidad más auténtica.

Pasado un tiempo, nuestros Mensajeros nos invitaron a subir a la montaña. La invitación fue aceptada con la mayor de las expectativas. No olviden que el grupo era proclive a la investigación de campo sobre temas de ovnis y extraterrestres. Y de hecho, el grupo llegó a tener contactos con seres de arriba, que no eran, ni mucho menos, habitantes de otros planetas. Una noche, estábamos en Cazalla de la Sierra, vimos en el cielo una bola grande de luz, de la que se desprendían, de dos en dos, otras más pequeñas; y al llegar al número de doce formaron como una especie de aureola. En ese preciso momento, la esfera grande, luminosa, ascendió hasta desaparecer en la oscuridad de la noche. Mientras sucedía esto en el cielo, en el campo se formó una estrepitosa algarabía de rugidos de animales. Finalmente y casi de repente, se hizo un gran silencio.

Poco a poco y bajo la dirección sabia y segura de nuestros comunicantes el grupo se constituyó en hermandad. Y fue bautizada con el nombre de "Hermandad de la Luz en la unión con el Señor". El símbolo que nos identificaba era un medallón de plata cuyas características fueron dictadas por nuestros Mensajeros. La medalla la llamamos CARTION. Nombre dado igualmente por ellos y cuyo significado me lo reservo.

Así, paulatinamente, mi tiempo libre se fue polarizando en el trabajo de la escritura automática y en la atención al grupo.

Las pruebas de Leopoldo.

Con todo, las cosas no iban a rodar con la facilidad que yo me prometía. De hecho, el juramento que hice en el astral exigía de mí la superación de determinadas pruebas. Pruebas que curtirían mi espíritu y me capacitarían para cumplir la misión que se me había encomendado. Pruebas de todo tipo: materiales, espirituales, afectivas... muy duras; pruebas que estuvieran a punto de invalidar mi compromiso, si mis guías espirituales no me hubieran echado una mano. Contaré algunas y omitiré otras, muy importantes, por respeto a la intimidad de las personas afectadas.

A instancias de mi mujer, en avanzado estado de gestación, pedí a los guías un mensaje para mis hijos. Recibimos pronta contestación. Resumo sus palabras con la frase que más nos impactó: "de tus cuatro florecillas nos quedaremos con una". Por aquellas fechas teníamos tres hijos más el que estaba a punto de nacer... Y nos nació nuestro cuarto hijo. Era una niña preciosa en todo el sentido de la palabra, que murió a las pocas horas de nacer. Pero Dios no permitió que se me fuera sin verla. La imagen de su cara en mi mente es presencia vivida, real, luminosa. La llevaban desde Urgencias hacia un ascensor cercano, junto al cual yo estaba esperando noticias. Entonces mi hija volvió la cabeza hacia mí y, ante la sorpresa de todos, me siguió con la mirada hasta que la puerta del ascensor me la arrebató para siempre. Desde aquel momento supe que la niña se había despedido de su padre.

El médico me pidió autorización para hacerle la autopsia. "Así, me dijo, podríamos conocer la causa del fallecimiento". Le rogué que no lo hiciera. Muy dentro de mí, yo sabía por qué los Ángeles se la habían llevado.

Se acercaban los días de Navidad. El grupo, que empezaba a demostrar gran confianza en los mensajes y en los Mensajeros, solicitó mis servicios de médium para pedir a nuestros Seres de Luz tuvieran a bien decirnos el número del premio gordo de la lotería de Navidad. Yo sabía que nuestros comunicantes pasan olímpicamente de los afanes de la materia y mucho menos les gusta hablar del dinero. Sin embargo caí en la tentación de pedir el dichoso numerito. ¡Y me lo dieron! Eso sí; con una condición. Deberíamos comprar solo un décimo para todo el grupo. Te puedes figurar lo que hicieron aquellos hombres, comidos de problemas y lógicas ambiciones humanas, sabedores del número sobre el que recaería el premio gordo. Su fe era enorme. Buscaron el número por toda España. Y lo encontraron en Aragón. Y... debilidad humana, se gastaron el manso y un poco más. ¿Quién desaprovechaba semejante oportunidad a pesar de la advertencia? Dos días antes del sorteo, los de arriba me hicieron una comunicación. Reuní al grupo, pedí un folio y escribí en él un número. Doblé el folio y lo metí dentro de un sobre que cerré cuidadosamente. En el espacio del remitente dibujé un círculo, coronado de una Cruz. Mostré en alto el sobre y exigí tajantemente que lo abrieran después del sorteo. Se pueden ustedes figurar lo que pasó. El número que escribí e introduje en el sobre fue agraciado con el segundo o tercer premio —no lo recuerdo bien—. Y porque la delicadeza de nuestros Seres de Luz no tiene limites, al número por el que avariciosamente apostamos le tocó el reintegro. Así, nadie quedó sin recuperar lo mucho que jugó. La lección estaba dada. No hay que ambicionar los tesoros de la tierra. El Evangelio sabe mucho de eso. Lo que yo no puedo asegurar es si la lección se aprendió de una vez para siempre.

A lo largo de estos años, también he debido superar mis dudas. No es que haya dudado de Dios ni de sus Mensajeros, cuyos mensajes canalizo a través de la escritura automática. Pero los resultados de algunas experiencias sufridas me han hecho dudar. Es más; hasta en los viajes astrales, que suelo tener con frecuencia, he sido tentado. Por ejemplo; no entiendo que algunas cosas me salgan mal, cuando estoy en constante relación con los Seres de Luz. Y es que de vez en cuando me borran el recuerdo de todo lo experimentado para comprobar hasta dónde llega el peso de mi materia.

Recuerdo que en un viaje astral pusieron delante de mí tres caminos. El de en medio era recto, llano, cómodo, agradable; el camino de la derecha se me ofrecía con un paisaje espectacular, ofreciéndome una casa chalet espléndida. Finalmente, el tercer camino, a la izquierda, era empinado tortuoso, resbaladizo, difícil. Los tres caminos aparecían ante mi vista con un realismo tremendo. Había que escoger. Afortunadamente supe elegir el que más incomodidad y peligro tenía. Inicié la subida. Varias veces resbalé y otras tantas tuve que reemprender la subida. Después de varios intentos infructuosos, decidí volver atrás. Entonces apareció en lo alto una nave espacial desde la que me tiraron una especie de caramelos con la inscripción "made in Spain". Probé uno y estaba amargo. Los Seres de la nave se quitaron la escafandra que les cubría el rostro y sonrientes se despidieron de mí, haciendo gestos de adiós con las manos.

De momento no supe el significado. Tiempo después tuve oportunidad de revivir la experiencia en la realidad terrestre. Esta vez sí tomé conciencia de lo que me querían decir.

En el presente, cuando veo los enfados y las desilusiones de los Hermanos de la Luz, porque después de una salida a la montaña, repleta las alforjas de ilusiones y promesas de los Ángeles, regresan a sus casas sin haber visto ni sentido absolutamente nada, recuerdo en paz y sonriente, las muchas jugarretas que a mí me hicieron. Es el tiempo de la prueba. Es el tiempo de experimentar una pedagogía que enoja porque con demasiada frecuencia rompe los cánones de la lógica humana.

Hay Hermanos que reconocen con sencillez que a veces sienten miedo. El mismo que yo he sentido en multitud de ocasiones, porque he tenido que subir a la montaña absolutamente solo. Había que superar las pruebas del miedo. Un día me dije: "A cabezón no me ganáis". Cogí el coche y una vez más me dirigí a la sierra. Atardecía. Me senté en una peña desde donde podía contemplar un horizonte ancho, muy ancho y enrojecido por un sol moribundo, y vaguadas profundas de una vegetación exuberante. Me fumé un pitillo tranquilamente. Me levanté y alzando las manos y los ojos al cielo grité: "¡Aquí estoy! ¿No queréis contactar conmigo? Pues aquí me tenéis. Hacedlo ya de una pajolera vez". Al instante, vi ascender por la vaguada una sombra que se agigantaba por momentos. Sus rasgos eran inequívocamente humanos... No sé quién tuvo más miedo: si el que lo cuenta o el coche que voló hacia Sevilla, donde me dejó descompuesto y sin capacidad de reacción. Las pruebas del miedo, aún no habían sido superadas.

Leopoldo, un hombre asistido por Seres de Luz.

— Supongo que no todo serían dificultades a superar. Alguna vez tus guías y asesores celestes te darían pruebas evidentes de su presencia y ayuda. ¿Recuerdas algunas?

- ¡Por supuesto! Una mañana, al despertar, vi sobre la mesilla de noche una extraña piedra redonda. Era parecida a una bola de cristal, brillante; de color gris, por una parte; oscura, por la otra. Estoy convencido de que fue un regalo de mis guías; una auténtica materialización. Comprendí que se me daba aquella piedra para utilizarla. A través del cristal gris oscuro he visto cosas maravillosas: montañas, prados, abismos, volcanes... el universo entero. Con la bola de cristal he curado, he tenido precogniciones... Es un regalo abierto a mil usos, cuyas posibilidades voy descubriendo poquito a poco.

De otras mil formas he sentido la ayuda de los Ángeles de Dios. Al menos en dos ocasiones se me han materializado. La última vez no hace mucho. Trabajaba en la Cámara de la Propiedad. El trasiego de personas pidiendo información y las llamadas de teléfono son continuas. Se me acercaron dos personas. De forma rutinaria y casi sin mirarlos les pregunté: "¿Qué desean ustedes?". Eran jóvenes y vestían cazadora y pantalón vaqueros. Uno hablaba y el otro permanecía en silencio. — En la Cruceta de Arcos de la Frontera me sucedió lo mismo con aquellos dos "alemanes"—. Cuando hablaban entre sí, no les entendía absolutamente nada. Me parecían sonidos guturales muy seguidos. De pronto, uno de ellos me enseña un papel escrito y me pide información sobre "contratos". Alargo la mano y recojo la hoja escrita y me dispongo a leerla. Allí no había nada que hablara de contratos. Era una comunicación dirigida a mí directamente. De momento no puedo revelar lo que me decían. Tan solo puedo adelantar que hacía referencia al actual grupo de Hermanos de la Luz. Inmediatamente les pregunté muy azorado: "¿Quiénes son ustedes?" Los jóvenes se miran, hablan entre sí con sonidos ininteligibles y se ponen de pie. Simultáneamente se desabrochan la cazadora vaquera y muestran un cinturón rematado en una hebilla de grandes dimensiones. Su forma era oval. Tenía grabada en relieve muy pronunciado la figura del Sagrado Corazón de Jesús. La hebilla era de oro, el fondo de nácar, y azul la túnica del Sagrado Corazón. Seguidamente señalaron con el dedo la imagen de Jesús mientras me decían en un castellano diáfano: "Somos sus Mensajeros. El lo puede todo. El abre todas las puertas. Nada se le puede resistir". Dieron media vuelta y, conforme salían, se volvieron hacia mí para decirme: "sigue informando". Y sin más, se fueron. De nuevo, el ruido del teléfono, llamando insistentemente, y el constante ir y venir del público me devolvieron a la realidad cotidiana. Durante el tiempo que duró la visita de aquellos dos personajes misteriosos, ni sonó el teléfono ni nadie se acercó a recabar información.

En otra ocasión, pinché una rueda. Era de noche, llovía a mares y no llevaba rueda de repuesto. Los familiares que venían conmigo me increparon con ironía hiriente: "a ver si ahora te echan una manita esos seres maravillosos con los que te pasas hablando todo el santo día". Cuando terminaron de decir lo que les vino en gana, apareció un coche y paró junto a nosotros. El conductor bajó un poco el cristal de la ventanilla y preguntó: "¿qué? ¿Han pinchado? Esperen un momento". Se bajó y con la misma rapidez que lo hacen en las carreras de Fórmula—1, nos puso una rueda nueva, que sacó no sé de dónde, dejando la vieja al lado. Fue todo tan rápido que ni nos dio tiempo para salir del coche y ayudarle. Al concluir tan veloz y generoso servicio, se alejó sin decirnos nada. Los incrédulos quedaron mudos y no se atrevieron a hacer ningún comentario... Nadie es profeta en su tierra; y mucho menos entre los suyos.

Pasado el tiempo, volvieron a las andadas. Hasta el punto de que yo empezaba a sentirme molesto por tanta incredulidad. Mi madre y mis tíos eran los peores. Sucedió que cierto día de lluvia, estando todos juntos en una casita que antaño teníamos en la Urbanización "La Hermandad' de la Isla Menor sentí algo extraño dentro de mí que me hizo decir: "hoy vais a tener una prueba más". De repente, apareció en el horizonte, cerrado por la lluvia, una luz intensa que se fue acercando hacia nosotros. Iluminó completamente la casa y sus alrededores y en un instante dejó seca la zona iluminada. Desde entonces, la parte incrédula de mi familia dejó de molestarme.

Mis experiencias eran tan numerosas que no necesitaba más pruebas. En cambio, a los que me rodeaban les eran muy útiles, para ir venciendo sus muchas dudas.

Los primeros grupos.

Con el paso del tiempo, nacieron dos nuevos grupos: el de Cantillana y el de Bollullos del Condado. Cuando escribo estas páginas, la situación es la siguiente: el primero, llamado grupo del estanco, sobrevive a medio gas, aunque siguen reuniéndose asiduamente todos los jueves. El grupo de Cantillana está prácticamente acabado. Ellos sabrán por qué. Para los Ángeles de Dios, solo cuenta el espíritu. Por último, el grupo de Bollullos del Condado sigue adelante, aunque nada concreto sabemos de él. De entre ellos ha surgido un auténtico médium que ha descargado un poco la tarea de Leopoldo, hoy centrado exclusivamente en la "Hermandad de la Luz". "Esta Hermandad de Sevilla tiene hoy más de doscientos miembros de toda edad y condición social; goza de muy buena salud y las perspectivas de crecimiento son insospechadas. Los Ángeles de Dios han encomendado a esta Hermandad sevillana la tarea de escribir tres libros. El primero es ya ilusionante realidad. Y esperamos despierte conciencias dormidas y encamine a los hombres por los senderos del espíritu.

Leopoldo es David.

Vamos a terminar este primer capítulo de una manera excepcional. Porque excepcional, dentro de la sencillez, es la figura de Leopoldo.

Todos los hombres tenemos escondida nuestra auténtica personalidad espiritual. La psicología nos puede dar el perfil psicosomático de un ser humano; pero el perfil espiritual, aquello que lo constituye en imagen y semejanza de Dios, rebasa las posibilidades de la psicología y de toda ciencia humana.

Pues bien; los Seres de Luz, los Ángeles de Dios, que han preparado minuciosamente a Leopoldo para cumplir una misión puntual y delicadísima, van a revelarnos un poco ese perfil espiritual, esa dimensión oculta que poseemos todos los hombres. La ecografía, la resonancia magnética del espíritu de este hombre sencillo y marginal, arroja el siguiente resultado: Leopoldo es DAVID.

En un comunicado dirigido a su hija Mari Carmen, Lemura habla así de Leopoldo:

"... tú eres pétalo (la hija) de un tronco (el padre) que jamás se pudrirá; de una rosa (la madre), que vivirá siempre en paz. Olores daréis que, si muchos huelen, jamás los olvidarán". (Lemura, 27.1.93).

Vaya pues, por delante el primer rasgo: la salud espiritual de este hombre es inquebrantable, y el "buen olor de Cristo", que debe exhalar todo cristiano, es en Leopoldo aromas cuyos olores jamás podremos olvidar.

Leopoldo es David; y David es Oriente, rosa de los vientos, estrella polar para los Hermanos de la Luz. El antiguo conserje de la Cámara de la Propiedad sevillana es un hombre confirmado en gracia, para que a su vez confirme a los hermanos más débiles. Para los momentos de desorientación, David será el norte certero que marque el rumbo a seguir. Para tiempos de debilidad y cansancio, el pequeño David dará firmeza y confianza.

"Sí, David es Oriente. Te confirmamos para que confirmes". (Azmiel, 23.2.93).

"En David está la señal del que puede orientar".

(Azmiel, 27.2.93).

Zola define la esencia espiritual de Leopoldo como la de un "visionario de la Verdad, que como muchos será perseguido, mas no alcanzado". (Zola, 17.9.92).

Frente a la entereza de David, está la debilidad del hombre Leopoldo. Llevamos más de un año conviviendo y conocemos las reacciones de este hombre, que sufre lo que no está en los escritos cuando el comportamiento de los Hermanos de la Luz no raya a la altura de las circunstancias. David será perseguido, incomprendido, amenazado, pero jamás alcanzado ni hundido:

"Por favor, por caridad, ayudadme a caminar, que un peso ahoga mi alma; mi materia está enferma; ya no puedo más. Vivir en la tierra es infelicidad" (Lemura, 22.2.93).

Leopoldo—David es un hombre asistido por Ángeles de Dios; muy en especial por Lemura. En esta asistencia de lo alto radican sus convicciones, la verdad de sus mensajes y la integridad de su conducta.

"Tú verás la luz del amor, sentirás las vibraciones de los Ángeles, el viento acariciará tu rostro y olores que subliman te llevarán al éxtasis profundo."

"Sentarás tu materia en lugares del Espíritu y entrarás en diálogos con los que guardan las estrellas. En la verdad comprenderás qué pocas cosas interesan de la tierra. Volverás a tus orígenes y tendrás un solo pensamiento: desearás volver al lugar de tu esencia. Y bien comprenderás que como parte vital de la creación, eres operario de la paz, la felicidad y la vida eterna." (Azmiel, 12-19, 2.93).

El miércoles 2O de enero de 1993, cuando Leopoldo dialogaba con el director del programa de radio en el que ofrecía su generosa y desprendida colaboración, se sintió arrebatado por la presencia espiritual de Lemura y a través de las ondas se dirigió a los autores de este libro en los siguientes términos:

"Teneis un eslabón de esa cadena de espiritualidad ... os digo esto para que termineis lo que está en proyecto... Lemura y yo estamos muy unidos, sólo me manda estos mensajes. Yo he visto a Lemura. A mi me ha hablado Lemura. Hace dieciocho años que estoy en contacto con él... Lemura sigue dándome mensajes: unos, con claridad; otros... yo no sé lo que quieren decir... Y llegó un tiempo en que pedí una prueba; una prueba que estaba necesitando."

La prueba se le concedió. Nos la contó su hija Reyes. La aparición real de unos Seres de Luz en el dormitorio, donde dormían el matrimonio y sus hijos. Leopoldo recuerda que tanto su mujer como él estaban despiertos; pero no podían hacer nada. Y sigue la comunicación por la radio:

"Uno de esos Seres de Luz era Lemura. Entonces empecé a tomar conciencia de todo esto. De verdad. Yo le decía: por favor, que lo que me está ocurriendo sea auténtico; y si debo meterme de lleno en esta misión, que sea realidad y no fantasía de mi mente. Porque no quiero dañar a nadie; no quiero engañar a nadie... Yo buscaba la verdad constantemente y con humildad... Cuando cumplí treinta y tres años me vino algo maravilloso. (La Gran Visión). Y por eso te digo que Lemura es mi principio y será mi fin".

Y DAVID ES UNO DE LOS NUESTROS.

El dieciséis de abril, viernes de Pascua de Resurrección de 1.993, Manuel, uno de los tres guías, antes de que se comentara el último mensaje recibido, se leyó al Grupo de hermanos una comunicación que Leopoldo había humildemente demandado el día 29 de marzo del mismo año. Es muy frecuente que Leopoldo no se entere de lo que los Ángeles le dicen en el momento en que se produce la escritura automática. Cuando leyó el comunicado, sintió mucho rubor. Todos somos sabedores de que la modestia y la sencillez son el mejor atuendo de este hombre. No sé por qué, Leopoldo entendió que no debía entregar el mensaje. Y se lo dio a Manuel, rogándole no lo leyera todavía en público.

Manuel, aprovechando la ausencia de Leopoldo, decidió leerlo aquel viernes de Pascua. Y mientras lo iba leyendo, los autores de estas páginas observaban el llanto de una Hermana de la Luz, muy poco proclive al lagrimeo. Nos extrañó. Pero esta mujer, como todos los Hermanos que habían subido al "Círculo Blanco", estaba bajo promesa de un corto y comprensible silencio.

Cuando pudimos hablar, nos dirigimos a ella y le preguntamos. "Loli, ¿por qué llorabas aquella noche?". Y nos contó que había tenido un sueño, con típicos aderezos de viaje astral. Había visto en un amplísimo salón celestial —aquello no podía ser una proyección terrestre— a nuestros Seres de Luz, Ángeles Lemura, Zola, Oxival, Azmiel y Azmanael, reunidos en solemne asamblea bajo la presidencia de Seres de Luz Superiores. Y entre 1os Ángeles amigos y Mensajeros del Grupo se encontraba Leopoldo. No pudo ver más. La visión se había desvanecido. Su visión coincidía o completaba gráficamente el mensaje que Manuel estaba leyendo. Comprueben.

"Decimos que David tiene nuestra autorización para atar y desatar y detener el tiempo que él estime oportuno. El conoce bien la programación hasta el año 99. David puede hacer y deshacer; informar y orientar; señalar o callar. En su señal él es señalado, acrisolado en la onda sublime del Padre Eterno. Su misión es ordenada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lo que David diga y haga, queda dicho y hecho. El ya vio, ya estuvo, fue informado, fue preparado, fue probado, fue lanzado, fue tocado en plenitud. ES UNO DE LOS NUESTROS."

"Algunos de vosotros algo sabéis. Pero estáis muy lejos de la realidad. David bien sabe cuándo podéis o no podéis; cuándo estáis o no estáis; cuándo pensáis o no pensáis; cuándo amáis o no amáis; cuándo vibráis o no vibráis; cuándo estáis en Luz o carecéis de ella. Cuando David desea, nuestro es su deseo. Cuando David quiere, nuestra es su voluntad. Paz para todos."

Oxival, Zola, Azmanael, Azmiel y Lemura. (29.3.93).

Más recientemente, a finales de junio de 1.993, Leopoldo pidió consejo a Lemura para saber lo que tenía que hacer con un mensaje recibido por algunos Hermanos a través del procedimiento de la vasografía. El 13 de junio recibía esta contestación:

"En estos momentos tú decides. Puedes hacer lo que creas más conveniente. Sutilmente y con gran educación puedes aconsejar. Eres, y bien lo sabes, en ese vuestro tiempo el único que estás ahí abajo; el que recibe y conoce la Programación EXIÓN. Puedes atar y desatar.

Te saludamos y confirmamos tus deseos".

(Lemura, 22.6.93).

Desde julio de 1.993 David firma comunicados juntamente con nuestros Seres de Luz.

Nos tememos que algún lector, bien intencionado, pudiera deducir de la lectura de estos mensajes consecuencias no exactas y que no podemos aceptar de ninguna de las maneras. "¿Acaso de la lectura de estos textos no se desprende que ha aparecido en Sevilla una nueva secta?". Estoy de acuerdo con usted en que hay dos características emblemáticas en todo grupo sectario: el culto a la personalidad del líder y el holocausto generoso de la razón a sus mínimos deseos y voluntad. También hay dos principios constituyentes de la Hermandad de la Luz, de los que hablaremos extensamente en los próximos capítulos: la no existencia de líder y el respeto más absoluto a la libertad de los Hermanos.

Entonces, nos dirán, ¿cómo podemos compatibilizar con esos principios, la fuerte pintura de la personalidad de David, los excepcionales atributos que la dibujan y la omnímoda autoridad que le conceden para el ejercicio de su misión?

El mensaje nos insta, en primer lugar, a poner en activo el espíritu de discernimiento. Uno es Leopoldo, hombre entre los hombres, con evidentes signos de humanidad, que nos libera de la tentación de rendir culto al líder, y otro es DAVID, Espíritu encarnado, en íntima comunión con Seres de Luz, Mensajeros de Dios y "uno de ellos", "el único que está aquí abajo", llevando a feliz término la Programación EXION. Estos Seres han dotado la humanidad de Leopoldo con cualidades superiores y lo han legitimado para una misión espiritual, muy preocupante. Misión, cuyos orígenes se remontan al mismísimo corazón del Padre y al compromiso histórico de María, Madre y Virgen, la Mujer fuerte y alada en permanente y victoriosa dialéctica con la Bestia del Apocalipsis.

David nos invita a la confianza y a la natural obediencia a la voz de los Ángeles, Mensajeros de Dios. Lo que ocurre es que siendo* protagonistas de una experiencia, auténticamente religiosa, con frecuencia se nos pide el holocausto de nuestra lógica humana, engreída y autosuficiente. Pero nunca, por imperativo de una voluntad exterior a nosotros que se nos impone, sino por el dulce susurro insinuante y convincente del sentimiento, del corazón, que nos dice: caminad hacia la Verdad por los senderos inusitados del Amor. Y es que tenemos la impresión de que la experiencia religiosa, inicialmente es irracional. Y luego, como el amor es difusivo por sí mismo, de la abundancia de nuestro corazón en la onda del Padre, habla la boca, que siempre debe estar presta a dar razón de la Esperanza.

El conocimiento lleva al amor; y el amor presiona sin cesar para conocer mejor a la persona amada. De igual manera, el entendimiento busca la fe; y la fe busca el entendimiento para comprender mejor las propias creencias.

Este es el hombre. Y sobre él gravita una misión que dará mucho que hablar. Una vez más se pone en juego la pedagogía divina: "... hermanos, fijaos a quiénes os llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Dios." (1 Cor.1 26-29)

Este es Leopoldo. Así es nuestro Hermano DAVID.

CAPITULO II

ANGELES DE DIOS FUNDAN EN SEVILLA LA HERMANDAD DE LA LUZ

Antecedentes históricos.

Hemos tenido mis dudas a la hora de poner titulo a este capítulo. Sencillamente, porque en Sevilla el término "hermandad" tiene connotaciones muy precisas. La Hermandad que en 1992 fundan en Sevilla Ángeles de Dios, no tiene relación alguna con las Hermandades y Cofradías sevillanas, tan vinculadas a la idiosincrasia peculiar de nuestro pueblo.

Nuestra Hermandad nace de una iniciativa especial de Dios y es realizada directamente por sus Ángeles. Comprendemos la cara de extrañeza que puede poner usted al leer estas líneas. Pero ni podemos ni queremos enmascararlas. Es así; aunque el libro vaya dirigido a hombres de una sociedad secularizada, indispuesta para consumir energías en explicaciones que rebasen las tejas de su propia casa. Solo esperamos del lector libertad de pensamiento, ausencia de prejuicios, amplitud de miras y sencillez de espíritu... y un poquito de respeto para quienes creemos no estar enajenados ni ser víctimas de proyecciones mentales subjetivas. El libro es testimonial; y como tal supone unos acontecimientos, unos testigos y ganas de dar testimonio de lo acontecido.

Los Hermanos de la Unión en el Señor.

La Hermandad de la Luz tiene sus antecedentes en "Los Hermanos de la Unión en el Señor". Formaban estos Hermanos un grupo de amigos, de auténtica sensibilidad religiosa, muy interesados en la investigación OVNI y en los conocimientos de una posible tecnología superior de seres extraterrestres. Según ellos, tenían un especial compromiso de silencio. Consecuentemente, interpretaron el grupo como algo cerrado a la curiosidad y las influencias de fuera. Pasado un cierto tiempo, los Ángeles dejaron de comunicar. No sé por qué razones. No obstante, siguen reuniéndose semanalmente, comentan los comunicados recibidos, rezan el santo rosario y hacen peticiones de gracias. Por su parte, Leopoldo consideró cumplido el tiempo entre estos amigos, y guiado por sus Seres de Luz, emprendió la tarea de organizar un nuevo grupo, centrado exclusivamente en la evolución del espíritu, para poder cambiar los signos malditos de unos tiempos que huelen a Apocalipsis purificador.

La Noche Bruja.

Eran días del mes de octubre de mil novecientos noventa y uno. Leopoldo había sido invitado a "La noche bruja" de Radio Meridional; un programa de cierto talante esotérico, que se emitía la noche de los domingos. En él participaba un sanador que tenía conocimiento de la capacidad mediúmnica de Leopoldo. Y en cuanto tal fue invitado. A lo largo del programa iba animando al público radioyente a que solicitara mensaje de lo Alto, para edificación y estímulo de los interesados.

Así empezó todo. Una chica, para los amigos Paqui Eva, "altanera de espíritu y con una formación muy de su tiempo," a juicio del Ángel comunicador, pide un mensaje personal, que se le remite casi "a vuelta de correo". Se le dice que "no busque allí donde nada ni nadie le puede dar", y le dan un consejo "para su evolución espiritual: camina en la verdad, ten humildad, no digas ni hagas lo que en tu mente pueda dañar; el camino de la luz sublime es sencillo... entiende que tus amores han sido sublimados... No debes preocuparte; es la ley, es el karma. Jamás se puede cambiar... Que la paz invada vuestros corazones". Y le firma con letras gigantes "OXIVAL".

Su entusiasmo es indescriptible. Y va a contárselo todo a su amiga Reyes, pintora, y hoy Hermana de la Luz. Reyes, intuitiva y adicta a la meditación, presiente que algo grande va a pasar. Presentimiento que viene avalado por lo que a ella misma le acababa de ocurrir.

Una visión color naranja.

Su pintura fue siempre realista, hiperrealista diría ella; de colores vivos y bellos, delicadamente combinados. Un día estaba haciendo un ejercicio de meditación sobre el "maestro interior" cuando tuvo una visión de color naranja. De repente, sintió un impulso irresistible y en el estado meditativo o alfa en el que se encontraba pintó un cuadro impresionante, absolutamente distinto a todo lo creado con anterioridad.

Representaba el rostro de una persona mayor, con barba y con una mirada picara y alegre que se te metía dentro del alma. El colorido era del todo original: una combinación radiante de tonalidades blancas, amarillas y anaranjadas. La realización del cuadro no duró más de veinte minutos. Una obra, que en situación de normalidad le hubiera ocupado bastante más tiempo.

Cuando llegó su marido, quedó atónito contemplando el cuadro; y con un cierto sentimiento de temor o sobrecogimiento le dijo a su mujer: "Mira, niña, mejor sería que volvieras a tu pintura habitual de paisajes, flores y casas". Es que Paco, tal es su nombre, había sentido algo tan extraño, que no logra aún ponerlo en pie.

La noche siguiente, siempre en sueños, se le presentó a Reyes, nuestra pintora,- el personaje del cuadro y le dijo cuál era su nombre, despidiéndose de ella con estas palabras: "te quiero". Desgraciadamente, al despertar no pudo retener el nombre de este extraño ser, tan simpático y jovial, a pesar de sus muchos años. . .

A los pocos días de todo lo ocurrido, se sintió triste y con una sensación de vacío interior muy fuerte. Por fortuna, —ya lo hemos dicho- Reyes tiene un recurso de tipo artesanal pero de eficacia contrastada para superar circunstancias negativas: la meditación. Se retiró a su lugar preferido, se recogió, entró en estado alfa, siguiendo técnicas "zen", largamente experimentadas por ella. Una vez aquietados los sentidos, ancló su espíritu en la presencia del Padre... Y con la confianza y sencillez de un niño pidió una señal que la reconfortara y la sacara del bache. Momento crucial que desencadenó una serie de pequeños acontecimientos, hábilmente entretejidos por los de arriba, y que produjeron la urdimbre más adecuada para el nacimiento del nuevo grupo. Sin olvidar que algunos problemillas personales entraron en vías de solución.

Es el momento en que aparece su amiga Paqui Eva, le lee su comunicado recién llegadito de las estrellas, contempla, admirada, el cuadro del inquietante personaje bañado en luz anaranjada, caído de la "séptima dimensión", y concierta con el director del programa "La hora bruja" una entrevista para Reyes. La pintora explica la desconcertante génesis de su cuadro. Al domingo siguiente, difunden por las ondas de frecuencia modulada dicha entrevista y por tal motivo acude a la emisora de Radio Meridional. Allí se encuentra con Leopoldo y con una hermana, interesada en temas de sanación espiritual.